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lunes, 19 de marzo de 2012

Bonitas y Elegantes

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Desde bien pequeña, le enseñaron a estar bonita. Siempre elegante, con una sonrisa eterna. Ella nunca preguntó el porque, le daba vergüenza no saber el motivo por el cual una mujer siempre ha de estar elegante en todo momento... Su madre, una mujer bella y elegante. Su abuela, cansada y vieja, pero con la misma belleza que cuando era joven... Todas ellas tan bonitas y tan elegantes. Y ella, que no sabía nada de la vida, que no encontraba ninguna razón lógica para estar todo el día pendiente de su imagen.
Un día su abuela enfermó. Todas las noches, su abuela le llamaba desde su habitación para que le ayudara a peinarse. Su abuela se soltaba el pelo y ella se lo cepillaba de arriba hacia abajo. Tenía el pelo gris, pero lacio y sedoso, largo hasta las rodillas. La niña se sorprendió al ver que su abuela, se lavaba la cara en su tocador, pero luego se echaba un poco de polvos en las mejillas, aunque no tantos como durante el día.
- Abuela... ¿Por qué hay que estar siempre bonita?
- La verdad, es que yo a tu edad tampoco lo entendía muy bien, pero con los años lo voy entendiendo todo mejor. Mira, ¿Te acuerdas de tu tía Zoya?
- Sí, bueno, no mucho... Se fue lejos cuando yo era pequeña.
- Se fue tan lejos, que ya nunca volverá... Ella murió, la muerte se la llevó una noche de invierno.
- ¿Que me quieres decir con esto abuela?
- Que has de estar bonita para cuando llegue la muerte. Nunca sabemos cuando llegará, por eso siempre, pase lo que pase, has de estar bonita.
- Pero... ¿Por qué? ¿Si eres bonita vas a un sitio mejor? No lo entiendo abuela...
- No, vas al mismo sitio que todos los demás, pero todos te recuerdan como la más bonita y elegante.
- Y eso que más da... Lo importante es que te recuerden los que te quieren. Yo te recordare por ser mi abuela, no por ser bonita y elegante.
Semanas más tarde, su abuela murió. Y años más tarde su madre. Las dos, bonitas y elegantes hasta el ultimo día. Pero ella seguía sin entender el porque, aunque ahora ya era una adulta. Y aunque no entendía el motivo, ella seguía siempre tan elegante y bonita como le habían enseñado.
Pasaron los años y ya era vieja. Y una noche de otoño le llego el momento.
Una mujer triste y ordinaria le agarró de la mano y se la llevó. Ella, confundida, vio que su cuerpo elegante y bonito se quedaba en la cama donde se había dormido esa misma noche. Y ella solo era un alma, sin elegancia, sin rostro. 

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